Muchas personas vienen a terapia quejándose de síntomas de ansiedad y deseando acabar con ella. Lo primero que les digo a mis pacientes es que la ansiedad es muy molesta pero no es el enemigo. Lejos de querer erradicarla, lo que se tiene que hacer es enseñar a nuestro cerebro a discernir las situaciones de peligro para que aparezca o no la ansiedad.
Me explico:
Históricamente cuando éramos primates necesitábamos la ansiedad para poder escapar de los posibles depredadores. Cuando recibíamos una amenaza (por ejemplo, un rayo impactaba en un árbol cercano), el hecho de sentir la ansiedad hacía que corriéramos más rápido o que tuviéramos más fuerza para trepar a otros árboles y así sobrevivir. Por tanto, la ansiedad se puede decir que es una respuesta de huida que acentúa tus reflejos de manera que te vuelves más astuto y rápido momentáneamente, mientras haya peligro.
Ahora dirás, ¿y qué tiene que ver los monos conmigo? Pues mucho. A día de hoy la ansiedad también es necesaria en nuestras vidas; nos sirve para sobrevivir ante cualquier amenaza. Imagina que vas por la calle y cruzas sin mirar, al coche que va circulando no le da tiempo de frenar. ¿Qué ocurre entonces? Aparece la ansiedad que nos hace dar un gran salto o correr y así evitar ser atropellados.
Entonces, ¿por qué se siente ansiedad estando en situaciones que no son amenazantes?
El problema viene cuando nuestro cerebro envía la señal de peligro a nuestro cuerpo y la situación no es realmente peligrosa. Ahí nos asustamos porque no entendemos qué está pasando y es cuando sentimos que tenemos un problema. Y no es que tu cerebro funcione mal, simplemente se ha hecho una asociación que no debería existir. Por ejemplo, un día vas por la calle pensando en todo lo que tienes encima (tienes que estudiar para un examen que está cerca, tu hijo ha empezado a suspender y no sabes qué hacer, tu relación de pareja está atravesando un bache, etc). Todos esos pensamientos no siempre son conscientes, a veces son fugaces y pasan desapercibidos entre todo lo que pensamos. Pero de repente, empiezas a sentir síntomas de ansiedad muy intensos y desagradables y aparece lo que se llama: crisis de ansiedad o ataque de pánico. De repente asocias la ansiedad al lugar en el que estás (por ejemplo una avenida ancha donde no puedes sentarte si te mareas) y tu único objetivo es llegar a casa. Cuando llegas, te sientes a salvo y te tranquilizas, y es entonces cuando tu cerebro asocia que si estás en casa estás bien, pero si entras en avenidas anchas sentirás ansiedad, cuando en realidad no es así. Por tanto, cada vez que sientes ansiedad en un lugar nuevo tu cerebro lo asocia y suma a los otros lugares “ansiosos” y empiezas a evitar esas situaciones o sitios. Así, cada vez que te expones a ir a uno de esos lugares tu cerebro activa la asociación y vuelves a sentir ansiedad aunque ya no estés pensando en lo que desencadenó aquella primera crisis. Te sientes así indefenso/a, ya que piensas que los síntomas caen del cielo cuando en realidad siempre hay algo que los ha precipitado. Y es aquí cuando la ansiedad se combina con unos lugares concretos dando pie a la aparición de la famosa Agorafobia.
¿Por qué nos asustan los síntomas de ansiedad?
Los síntomas de ansiedad más frecuentes son: palpitaciones, opresión en el pecho, respiración agitada, sudoración, escalofríos, mente nublada, sensación de irrealidad, hormigueo en manos y pies, etc. Muchos de mis pacientes se asustan cuando sienten que la cabeza se “desconecta” y que no pueden controlar lo que les sucede. Pues bien, lo que ocurre es que cuando hay una situación de peligro nuestro corazón bombea más rápido (de ahí las palpitaciones y respiración agitada), éste envía la sangre al cerebro y se distribuye por el cuerpo. Como en situaciones donde aparece el peligro necesitamos que nuestras extremidades estén fuertes y ágiles, el cerebro envía la sangre a manos y pies (de ahí la sudoración, la sensación de hormigueo y la sensación de que te puedes desmayar). Todas esas respuestas son normales, lo que ocurre es que muchas veces no suceden en situaciones de peligro, y por tanto, hay que trabajar esa percepción pero esos síntomas son totalmente inofensivos, ni te vas a caer, ni te vas a desmayar, ni te van a fallar las piernas, ni te vas a morir o volver loco/a.
¿Por qué aparece la ansiedad?
Para explicar esto me gusta utilizar una metáfora, la metáfora de la olla. Cuando alguien viene con síntomas de ansiedad siempre suelo explicar esta metáfora a través de un dibujo. Explico es como si dentro nuestro tuviéramos una olla con un caldo, el caldo de nuestras emociones. El fuego hace que esa olla hierva lentamente y el caldo se va haciendo poco a poco. Cuando el fuego se aviva, normalmente por una situación complicada o por un imprevisto que hace activar más nuestras emociones, el caldo se hace de una manera más fuerte y activa, pero no ocurre nada si sabemos gestionar y elaborar nuestros sentimientos. Pero, ¿qué pasa si no sabemos gestionar ni elaborar nuestras emociones? Lo que estamos haciendo es ponerle una tapa a la olla para no sentir ni ver lo que nos está sucediendo internamente. ¿Y qué pasa cuando tapas una olla que tiene el fuego fuerte? Que todo el caldo se sale, es decir, las emociones salen desbordadas (rabia, tristeza…) pero si no nos permitimos ni con esas sentir las emociones, la tapa funciona como una olla exprés. Esa tapa es la ansiedad, que al ser una emoción desagradable e intensa hace que las otras pasen desapercibidas.
Ahora ya conoces un poco los mecanismos de la ansiedad, así que intenta normalizar su aparición y trabajar esas asociaciones para hacer que no esté tan presente, apareciendo sólo ante situaciones realmente amenazantes. Recuerda que para este tipo de casos lo mejor es ponerse en manos de un/a psicólogo/a especialista que pueda ayudarte a identificar y trabajar este problema.
Encarni Muñoz Silva (EM Psicoterapia)
Psicóloga sanitaria, colegiada nº 16918